La generación que aún tiene calzas de plata en las muelas, la que no puso atención a cambiarlas por resinas de blanca porcelana, esa generación de oro que hoy tiene entre 54 y 72 años, se está yendo de a poquitos, y la lógica de supervivencia, hará que cuando todos se vayan, incluyendo la generación “X”, (1965-1978), la reemplace la generación “Y” o los “Millennials”, nacidos entre 1979 y 1996, conocidos también como los nativos digitales.
Por simple sustracción de
materia ocurrirá el relevo generacional.
Cada generación es
especial, porque aporta algo nuevo y único al planeta. Todos tenemos algo que
enseñar, sin importar la edad. Es lógico que las últimas, estén más
familiarizadas con la tecnología pero al final, todas las generaciones se
complementan en función de preservar o destruir la raza humana.
Hasta el momento se registran
siete generaciones humanas, clasificadas por los sociólogos en periodos de 20 años aproximadamente; la generación de mis padres es conocida como la generación Silenciosa (1926 - 1945), que son los nacidos tras la Primera Guerra Mundial, o durante la II GM y que vivieron los inicios de la Guerra Fría. Mi generación, nacida entre 1946 y 1964, que hoy cursan entre
54 a 72 años, llamada los Baby Boomers; es calificada como la
más numerosa y los primeros en optar por tener hijos a una edad más avanzada
que sus padres. También me referiré a la generación de los “Millennials”
La generación dorada: https://www.youtube.com/watch?v=p_rcyuloxr8
Se acabó agosto, galopa septiembre, (se acerca velozmente la navidad);
pese al cambio climático aún podemos elevar libremente las cometas, que con sus
manos hacían nuestros padres, luego de llegar cansados del trabajo; en la
estufa de ACPM, se hacía el pegante con “engrudo de maizena” y fijaban sobre el
“papel milano”, las finas varas de guadua que traían nuestros viejos, cerca de
la quebrada.
Esa generación dorada hacía
caso a sus maestros; escuchaba a sus padres, abuelos y tíos, se doblaba ante los
mayores, enseñaron a sus hijos a montar en bicicleta, a jugar pelota; los
llevaron a pasear al río, les hacían cosquillas, los consentían y cuidaban con
esmero; animaban a sus hijos a subir hasta la montaña a elevar las cometas y
los pequeños con ojos risueños, pedían que su cometa se elevara tan alto como
el cielo, hasta quedar colgada entre sus sueños.
Mantener un corazón de niño es el pedido de esa generación que envejece
con los recuerdos de haber visto el alunizaje del apolo 11, de observar guerras
que no eran suyas, que creció bajo la tutela de sacerdotes, monjas, militares y
profesores ejemplares. Quienes tenemos un poco más de 50 o 70 años, esperamos
que quienes nos releven, no pierdan nunca su corazón de niño.
Pienso que el corazón de niño, es el mejor
aliado para ayudar a los Millennials,
en procura del mejor camino, porque les permite no dejarse seducir por el
modernismo, el relativismo, el agnosticismo, por quienes no creen sino en lo
que ven, los que solo creen en ellos mismos.
La generación que se le
declaraba con una rosa en la mano a su novia, o con el sonido de un bella
canción, es una edición limitada que se marcha todos los días y no volverá
nunca más. En su pasado y presente siempre hubo abundancia de amor, respeto y
se dejaban sorprender sin precipitarse por la competencia, la necesidad de ir
con mayor velocidad para no quedarse atrás del mundanal ruido.
Esa generación que se está
marchando, no tuvo acceso a tantas oportunidades, a los campus de universidades
privadas o bibliotecas virtuales; estudiaron en aulas de colegios públicos, cuya
biblioteca conservaba como joyas los fantásticos cuentos de “Platero y Yo”, “El
principito”, la enciclopedia “El tesoro de la juventud”, con los interrogantes
de “el libro de los porqués”; en las noches nuestros padres sacaban una
mecedora para ver pasar a los vecinos y regalarles una sonrisa, un saludo, un
buenas noches; ellos tenían tiempo para contemplar el firmamento e imaginar el infinito
antes de irse a dormir; antes de cerrar los ojos, aprendimos a rezar un Padre
Nuestro y juntar las manos para la oración del ángel de la guarda.
Nuestros padres la lucharon a
sol limpio, trabajaron sin fijarse que eran niños, no se llamó la atención
sobre la violación de sus derechos humanos, por trabajar después del destete;
esa generación, no se saludaba con groserías en la boca, y fueron al colegio a pie
o en bicicleta.
Los “Millennials”, representan la nueva fuerza de la
globalización que vive conectada al internet, a su PC, a dispositivos
inteligentes, desde donde establecen relaciones entre sus círculos sociales, profesionales
y laborales; una buena parte de ellos son emprendedores, tienen un negocio
propio o planean tenerlo; su contexto está signado por la tecnología; buscan diferenciarse
de las generaciones pasadas mediante la adaptabilidad a los cambios y tienen
claro, que la vida está hecha de propósitos que los fijan en sus habitaciones.
Las nuevas realidades de cara
al mundo moderno, ofrece a esta juventud pasar la página de la generación dorada y promete un mundo sin
límites; el pasado de los abuelos y de sus padres, lo etiquetan como caduco.
La generación “Y” que construye su futuro con grandes ideales,
tiene plena confianza en sus capacidades y habilidades; sacan el mejor provecho
de lo que hacen, viven por lo que les apasiona; se consideran activos y muy
críticos frente a las decisiones gubernamentales, son optimistas y conscientes
de las problemáticas de sus países; son muy competitivos, buscan mantener su
propio estilo de vida, son pragmáticos, inquietos, buscan siempre mejores
oportunidades, además de ser consumidores en la web, producen contenidos de
interés de acuerdo con sus afinidades, son críticos y participativos; quieren
mantener el control de su vida personal y laboral.
Esa nueva generación
necesita altas dosis de bondad, solidaridad, fe en Dios, y una clave: conservar
un corazón de niños, puente entre su propia realidad y su rico pasado;
necesitan profundizar la vida como lo hizo Juan Ramón Jiménez, enseñando que la
alegría y la pena son gemelas, pues al escribir la vida y muerte de su lindo
borrico Platero, nos dijo que era “tierno y mimoso igual que un niño, que una
niña..., todo de algodón, que no lleva huesos...; lo dejo suelto, y se va al
prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas
rosas, celestes y gualdas.... Come cuanto le doy..., le gustan las naranjas
mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar, los higos morados, con su
cristalina gotita de miel....”
La nueva generación
debe recordar en medio de sus frenéticas realidades, que el escritor francés
Antoine de Saint-Exupéry, en su narración de El Principito, sabiamente nos
recordó que lo esencial es invisible para los ojos.
Es verdad Rafa. Leí todo tu articulo. le había regalado una impresora a mi hijo universitario, y me dijo que apreciaba el regalo pero que todo lo hacía por internet, que para que gastar papel...
ResponderBorrarCuando escribes sobre Venezuela ?
Jorge Paz, tu amigo.