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Recuerdo a mi padre cuando
relataba sus historias como soldado del ejército de Colombia durante los años
cincuenta; sus ojos se llenaban de lágrimas al revivir los momentos más
sublimes de su vida; como soldado sirvió al país con devoción y cada vez que
regreso a mi pueblo, al entrar a mi casa materna, detengo la mirada sobre la mención
de honor que lo califica como un “soldado distinguido”, reconocimiento
que aún conserva mi madre, colgado en una pared de su cuarto vacío.
El Presidente de la República de cara al país, despidió a los
salientes comandantes de fuerza y anunció la nueva cúpula Militar y de Policía. |
Mi padre fue el motor para que me alistara en la marina; se llenaron
de lágrimas sus ojos, cuando me acompañó durante la ceremonia de mi ascenso al
grado de coronel de la infantería de marina.
Cuando tomé la decisión de retirarme de la armada, llegué a casa, besé
a mi esposa, -sin saber qué se sentiría al día siguiente sin uniforme-, quise abrazar
a mis hijos, pero ellos ya no estaban: eran adultos.
Desde jóvenes los soldados o cadetes, tienen la certeza que el día del
retiro llegará, pero nunca, hasta entonces, el corazón de un soldado ha probado
los sabores del retiro: es como quitarse
la piel.
Esta semana, el señor presidente Iván Duque, en un acto de profundo valor
democrático, frente a los comandantes de fuerza, le decía al país, que ya no
serían más los comandantes y que nuevos generales de los ejércitos de tierra,
mar, aire y de policía, serían sus relevos; el presidente agradeció, los
valiosos servicios prestados a la patria, mientras los colombianos veíamos en
la pantalla, las imágenes de quienes serían sus relevos.
Pensaba en esos momentos lo que sentía cada comandante; envié un
mensaje al señor general Mejía, puse un twitter deseándoles buen viento y buena
mar a los que se iban y a los que llegaban, mientras imaginaba lo que sentirían
al llegar esa noche a casa, para guardar con cariño su uniforme militar, su
uniforme de policía.
Dejar el uniforme es como
quitarse la piel:
El camuflado, el uniforme blanco, negro, azul o verde del militar o del
policía, se pega a la piel por siempre desde el día que se jura bandera. Ese
día la oración patria se funde en el alma, y en un acto de fe, se pacta con
Dios y la patria, dar hasta la vida si fuera necesario.
Colgar el uniforme, es como quitarse
la piel; hay que hacer duelo porque se siente morir por primera vez; desde
los más tiernos años de la juventud, se aprende a obedecer y mandar con ejemplo,
es un ejercicio diario a través del cual nos enamoramos de Colombia, de su gente,
de su geografía, sus profundas selvas, sus ríos, mares y cielos; vivimos cada
instante como si fuera el último; se hace un apostolado con infinita pasión,
arriesgando todo por cumplir la misión constitucional.
La Colombia diversa palpita en
cada cuartel...; en los cuarteles y bases se conoce al país; allí se
reciben miles de soldados, marinos, pilotos, policías, que provienen de las
periferias de las ciudades y de los rincones más apartados; allí se mezcla
tanta riqueza; por eso, en los rostros de cada general que el presidente
despedía, veía ese valor que aprenden a respetar los soldados de Colombia:
nuestra patria.
Ser comandante de una fuerza militar, es honor de pocos y solo quien
lo es, sabe lo que cuesta. Debajo de las medallas que orgullosos lucen sus
pechos, hay un corazón humilde, un ser humano que ha surcado las más duras
tormentas.
Los colombianos críticos hasta de sus sombras, pueden estar seguros de
la fidelidad de sus ejércitos y policías; en sus aulas se revisan las lecciones
aprendidas y se estudia con profundidad las complejidades del país; contamos
con una Fuerza Pública ejemplar que se aprecia con cariño en todos los pueblos
y veredas de Colombia.
Quien se atreve a ser soldado sabe a qué saben los tragos amargos y qué
dulces son las mieles de la Gloria; solo un soldado, un suboficial, un oficial,
añora lo que significa, no volver mañana a su cuartel: luego de tantos años, no
escuchará la diana en la madrugada, ni retumbará el tambor en su alborada, no
volverá a escuchar la potente voz del batallón saludando buenos días Colombia,
después de cantar llenos de júbilo, las notas marciales de nuestro himno; no acompañará
más, la penumbra que ilumina los atardeceres durante la arriada del pabellón
nacional.
Estos generales que sirvieron con devoción bajo banderas, se acaban de
quitar la piel, pero sus venas riegan amor eterno por Colombia; Dios no lo
quiere, pero si fueran llamados en acción de guerra o en cualquier otra ocasión,
ellos, los que se fueron, como cualquier soldado o general, nunca dudarían en vestir
de nuevo su uniforme, para volverlo a sentir como su propia piel.
Escrito en Chía a las 17:30 horas del día 11 de diciembre de 2018
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