Horas antes que el Eln reconociera la autoría de su barbarie contra la
Escuela de Cadetes General Santander, donde perdieron sus vidas 21 jóvenes y afectados
otros 68, dentro de esa academia policial, se llevó a cabo la marcha convocada
para apoyar a la Policía Nacional, en la cual, fueron visibles diversos matices
de polarización y radicalización que causa cualquier tipo de marcha o protesta
social en el país.
Por eso, un grupo de pequeños activistas,
que protestaba en la Jiménez con séptima contra el establecimiento y cerca del
antiguo almacén Tía al lado de la casa del Florero de Llorente, se hicieron bajo
las banderas de reivindicación de los derechos de las víctimas, la defensa del
medio ambiente, de la mesa de diálogo con el Eln, de la vida, los derechos de
los estudiantes, los asesinatos de líderes sociales, la lucha contra la
corrupción, exigían la renuncia del fiscal y lucían llenos de injurias contra el
expresidente Uribe, lanzaban infundadas afirmaciones que acusan al presidente
Iván Duque por atizar la guerra; estos dos grupos, llevaron la batuta de las
notas disonantes de una marcha que tenía otro propósito, mientras que
opositores al proceso de paz con las Farc, pasaban frente a ellos y al sentirse
provocados, ofrecían plomo, exigían no más impunidad.
En medio de las disonantes barras,
la nutrida marcha nunca densa como la de febrero de 2008, -cuando se hizo
contra las Farc y el secuestro-, parecía perder el objetivo más sublime: abrazar
a nuestros policías, enviar una voz de aliento a sus familias y rechazar la
barbarie del terrorismo “eleno”.
Es cierto; necesitamos expresarnos
con mayor vehemencia e indignación, por el asesinato de cualquier líder social,
o colombiano del común, contra los falsos positivos, contra la violencia que
destroza mujeres y niños, contra los abusadores sexuales, contra cualquier injusticia,
pues No debe quedar en la mente de los ciudadanos, que en Colombia existen víctimas
de primera o de segunda, ni marchas más válidas que otras.
El valor de la vida es un
principio cristiano, que en contravía de lo que inspiró al Eln, nos invita a
permanecer unidos, para defendernos de cualquier expresión de violencia y eso
debe unirnos más que la selección Colombia de fútbol.
A las madres y familias de las víctimas
si les duele; pero si NO es conmigo, poco importa.
El presidente Duque pidió luto durante tres días, pero la verbena y la
insolidaridad, superan los sentimientos que deben unirnos sin tantas diferencias.
Somos un país inmenso y diverso; por eso, mientras marchábamos rechazando el
atentado del Eln, se bailaba en las calles de Sincelejo, se leía el bando del
carnaval de Barranquilla, habían borrachos y heridos en corralejas, se
terminaban las fiestas en Manizales, pastaban los toros de la corrida en la Santa
María y se alistaba la fiesta de la panela en Villeta.
No tomamos muchas cosas en serio, lo fundamental pasa a segundo plano,
y pese a todas las bondades que caracterizan a los colombianos, saltan a la
vista, los genes de insolidaridad, que manchan los momentos de luto y de dolor.
Dura tarea para este gobierno, unir al país cuando cualquier cosa nos divide; pese a que la afrenta del
Eln, le dará un respiro de gobernabilidad al presidente y sus ministros, el noble deseo de unir a la nación, se convierte
en utopía, cuando la política sigue rebosante de mezquindad.
La protesta social, es excluyente por tanta división, insolidaridad y
falta de verdad; no nos une con el propósito de lograr un mejor país, con mejor
paz, más justicia, verdad y reconciliación.
Me queda en la retina de esta
marcha, altas dosis de unidad que también noté gratamente; al final abracé a
dos señora venezolanas que portaban la bandera del “bravo pueblo”; las hermanas
Hilda y Milagros Oropeza, lucieron conmovidas según ellas, por la multitud que respaldó
a nuestros policías; afirmaron: los
colombianos son ejemplo para su descuadernada Venezuela.
Quise expresarles mis sentimientos sobre la desunión nacional, a tan bellas señoras, mientras abrazaban a nuestros policías, pero preferí callar, porque como empedernido soñador, tengo la certeza que la utopía de la unidad nacional, podemos transformarla en realidad en un par de lustros.
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