Ir al contenido principal

Cualquier cosa nos divide...


Horas antes que el Eln reconociera la autoría de su barbarie contra la Escuela de Cadetes General Santander, donde perdieron sus vidas 21 jóvenes y afectados otros 68, dentro de esa academia policial, se llevó a cabo la marcha convocada para apoyar a la Policía Nacional, en la cual, fueron visibles diversos matices de polarización y radicalización que causa cualquier tipo de marcha o protesta social en el país.


Esta vez, sin piedras, sin bombas caseras, sin encapuchados, sin ataques al transmilenio, sin poner grafitis, rayar fachadas o romper vidrios de establecimientos públicos, bancos e iglesias, los marchantes hicieron oír sus voces con expresiones notables como: “Eln..., el pueblo no los quiere”; “Policías amigos, el pueblo está contigo”; “Colombia, unida, jamás será vencida”, “Negociar es la salida” “Mesa Ya”, “Justicia”, “Cobardes asesinos”, “Salvemos la paz”, “NO al terrorismo”, y otras consignas que rechazaban cualquier expresión que indigna y rechazan los colombianos.



Pero ni para rechazar el acto demencial del Eln, no  pusimos de acuerdo.




Juntos pero no revueltos, fue la impresión que dejaron los líderes políticos que se integraron a los marchantes; se reunieron en sitios distintos del recorrido, lejos de tomarse fotografías, que los pusieran en evidencia con su fanaticada; cada uno piensa distinto y muere con sus ideas, es la forma como la política nacional, mantiene activas sus hordas de seguidores y espadachines.  

Por eso, un grupo de pequeños activistas, que protestaba en la Jiménez con séptima contra el establecimiento y cerca del antiguo almacén Tía al lado de la casa del Florero de Llorente, se hicieron bajo las banderas de reivindicación de los derechos de las víctimas, la defensa del medio ambiente, de la mesa de diálogo con el Eln, de la vida, los derechos de los estudiantes, los asesinatos de líderes sociales, la lucha contra la corrupción, exigían la renuncia del fiscal y lucían llenos de injurias contra el expresidente Uribe, lanzaban infundadas afirmaciones que acusan al presidente Iván Duque por atizar la guerra; estos dos grupos, llevaron la batuta de las notas disonantes de una marcha que tenía otro propósito, mientras que opositores al proceso de paz con las Farc, pasaban frente a ellos y al sentirse provocados, ofrecían plomo, exigían no más impunidad.

En medio de las disonantes barras, la nutrida marcha nunca densa como la de febrero de 2008, -cuando se hizo contra las Farc y el secuestro-, parecía perder el objetivo más sublime: abrazar a nuestros policías, enviar una voz de aliento a sus familias y rechazar la barbarie del terrorismo “eleno”.

Es cierto; necesitamos expresarnos con mayor vehemencia e indignación, por el asesinato de cualquier líder social, o colombiano del común, contra los falsos positivos, contra la violencia que destroza mujeres y niños, contra los abusadores sexuales, contra cualquier injusticia, pues No debe quedar en la mente de los ciudadanos, que en Colombia existen víctimas de primera o de segunda, ni marchas más válidas que otras.

El valor de la vida es un principio cristiano, que en contravía de lo que inspiró al Eln, nos invita a permanecer unidos, para defendernos de cualquier expresión de violencia y eso debe unirnos más que la selección Colombia de fútbol.

A las madres y familias de las víctimas si les duele; pero si NO es conmigo, poco importa.
El presidente Duque pidió luto durante tres días, pero la verbena y la insolidaridad, superan los sentimientos que deben unirnos sin tantas diferencias. Somos un país inmenso y diverso; por eso, mientras marchábamos rechazando el atentado del Eln, se bailaba en las calles de Sincelejo, se leía el bando del carnaval de Barranquilla, habían borrachos y heridos en corralejas, se terminaban las fiestas en Manizales, pastaban los toros de la corrida en la Santa María y se alistaba la fiesta de la panela en Villeta.

No tomamos muchas cosas en serio, lo fundamental pasa a segundo plano, y pese a todas las bondades que caracterizan a los colombianos, saltan a la vista, los genes de insolidaridad, que manchan los momentos de luto y de dolor.

Dura tarea para este gobierno, unir al país cuando cualquier cosa nos divide; pese a que la afrenta del Eln, le dará un respiro de gobernabilidad al presidente y sus ministros, el  noble deseo de unir a la nación, se convierte en utopía, cuando la política sigue rebosante de mezquindad.

La protesta social, es excluyente por tanta división, insolidaridad y falta de verdad; no nos une con el propósito de lograr un mejor país, con mejor paz, más justicia, verdad y reconciliación.

Me queda en la retina de esta marcha, altas dosis de unidad que también noté gratamente; al final abracé a dos señora venezolanas que portaban la bandera del “bravo pueblo”; las hermanas Hilda y Milagros Oropeza, lucieron conmovidas según ellas, por la multitud que respaldó a nuestros policías; afirmaron: los colombianos son ejemplo para su descuadernada Venezuela. 


Quise expresarles mis sentimientos sobre la desunión nacional, a tan bellas señoras, mientras abrazaban a nuestros policías, pero preferí callar, porque como empedernido soñador, tengo la certeza que la utopía de la unidad nacional, podemos transformarla en realidad en un par de lustros.


Escrito en Chía, a los 21 días de enreo de 2019, siendo las 18:12h

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Naturaleza y carácter de la batalla naval del Lago de Maracaibo...

José Prudencio Padilla nació en el año 1784 en la ciudad de Riohacha. Mulato de origen humilde, desde muy joven se enroló en la Real Armada Española, participando en la Batalla Naval de Trafalgar a bordo del navío "San Juan Nepomuceno", comandado por el Capitán de Navío Cosme Damián de Churruca. Fue prisionero de guerra durante la derrota Franco - Española, compartiendo tres años de cautiverio con el entonces Capitán de Infantería don Pablo Morillo. Regresó a Cartagena de Indias con el cargo de Contramaestre del Arsenal.  Tal vez ninguna otra batalla de la historia naval tenga mayor interés para el oficial naval colombiano como la gloriosa Batalla de Maracaibo, por formar parte de nuestra historia patria y por ende de la historia de nuestra Armada, quizás de otras se puedan sacar enseñanzas de nuevas estrategias, coaliciones, tácticas, tecnología, arsenales, armas de destrucción masiva, y consecuencias políticas o económicas en un mundo moderno y globalizado; pero esta

Montes de María: entre la esperanza y la mezquindad...

La hermosa región de los Montes de María, la integran 15 municipios, de los cuales 7 pertenecen al departamento de Bolívar: El Carmen de Bolívar fundada en 1756, por el Alférez Real Don Antonio de la Torre y Miranda, militar español, cuyo grado inspiró el nombre de su arroyo más importante. María la Baja en 1553, tomó este nombre, porque sobre ella se erige la alta montaña de María, o los Montes de María. San Juan Nepomuceno se fundó en 1778, siempre ha sido un pueblo preocupado por la educación y de allí son famosos sus colegios. San Jacinto la tierra artesana y gaitera se fundó en 1774; Córdoba Tetón en 1756, derivó su nombre del cacique Tetón, bravo guerrero caribe, del que aún se recogen guijarros y tunjos. El Guamo en 1750, sombreado por el árbol del mismo nombre y rico en pastizales y ganado. Zambrano en 1770, a orillas del magdalena; es un pueblo de soñadores, pescadores con mitos y leyendas. El departamento de Sucre contribuye con 8 municipios: Ovejas fundada en 1779; su

El Papa Francisco: su mensaje está lleno de ética y amor.

La iglesia de Lérida Tolima quedaba junto a la casa de mi abuelita y la pared posterior del altar daba contra el patio; con una totuma , mi mamá me bañaba en la alberca donde el abuelo cada mañana se afeitaba. Para entonces había un panal de abejas que se instalaron sobre la altísima pared de la iglesia; yo encantado pasaba mi tiempo observando el laborioso trabajo de las abejas. Mi contemplación paraba cuando puntualmente todos los días, el sacristán subía al campanario y con energía tocaba las sonoras campanas que se escuchaban con alborozo, hasta la última casita que se asomaba sobre el barranco, desde donde se observaban las luces nocturnas del pujante Armero; entonces mamá me agarraba apresurada y junto a mi abuela marchábamos alegres para entrar con el cántico: somos los peregrinos ; aún lo recuerdo a pesar que poco se canta, porque hay otros cantos tan bonitos como ese que aprendí de pequeño. Ellas, -mi madre y mi abuela-, usaban un velo en sus rostros, y ahora