El Infante de Marina Timbiquí...
Infantes de Marina, durante su primer día, en una base de la Marina de Colombia... |
Anuar
Timbiquí, acaba de llegar a la base de infantería de marina en Tumaco*; cargado
de sueños, animado por sus padres; es quinto de doce hermanos; sus ancestros: afrodescendientes;
sus grandes ojos, adornan su bella piel negra, que resplandece por su amable
sonrisa de blanco corazón de porcelana.
Cualquier persona de Timbiquí, es representación auténtica de lo
exclusivo y puro de la costa pacífica colombiana; Anuar, con apellido de pueblo
y de río, pasó buena parte de su juventud acompañando a su padre en busca de oro,
entre mangles y estuarios; surcando las aguas del río Saija hasta Peté, en las
entrañas del departamento del Cauca, barequeando, encontraban pepitas de oro.
Durante el primer día como infante de marina, el teniente que lo
recibe le hace preguntas obligadas: lugar y fecha de nacimiento: -¡Timbiquí Cauca,
mi teniente!-; estatura: -¡2 metros mi teniente!- ; cuánto pesa: -¡100 kilos mi
teniente!-; cuanto calza: ¡no sé mi
teniente!
El Teniente García, con el cabo Gómez Paipa, llenan la ficha de
ingreso de por lo menos quinientos infantes que se reciben durante la jornada;
junto al médico Núñez, escuchan atentos las respuestas de Timbiquí, y no se
ponen de acuerdo en contrainterrogar al joven recluta; el cabo, mira hacia el
cielo en busca de los ojos del gigante; el médico disimula su sonrisa, y el
teniente escudriña los pies de Timbiquí: no trae zapatos, su corpulencia reposa
sobre unas desvencijadas sandalias, que descubren unos dedos grandes y la piel
ajada de las plantas de sus extremidades.
¿Qué vamos a hacer mi teniente?:
pregunta y afirma Gómez Paipa; “en el almacén de intendencia tenemos hasta
número cuarenta y tres, y este roble calza cuarenta y siete.” “Traigan un par
de tenis número 44, y yo les abro las puntas, para que pueda sacar los dedos,
mientras buscamos un par de botas en Bogotá”, -ripostó el zapatero-.
Esa primera noche, pasando revista de los “imaginarias”, (denominación
en la marina colombiana, a los centinelas de alojamiento durante la noche), el cabo
Aguirre informa que el recluta Timbiquí es más grande que la cama del tercer
piso del camarote; efectivamente los pies de Anuar, sobresalen del colchón y no
hay más remedio que cambiarlo de catre; además, su peso, podría romper las
tablas y caer encima de sus compañeros.
Muy temprano en la mañana siguiente, un equipo de infantes de marina estadounidenses,
que entrenaban con los elementos de combate fluvial colombianos, facilitan de
sus inventarios, las botas del tamaño del gran Timbiquí, quien comenzó a
lucirlas orgulloso, encabezando la marcha de su pelotón, camino al rancho de
tropa para tomar los alimentos.
Como este joven colombiano, que sin pensarlo dos veces, respondió no sé mi Teniente, miles y miles aprenden
todos los días en los cuartes militares y de policía; oficiales y suboficiales,
en escuelas de formación, bases navales y de aviación, tienen una noble misión:
enseñar a los colombianos de las periferias, de los campos y ciudades que
tomaron la decisión de servir bajo banderas, el cariño por sus compatriotas y
el amor por los valores más sublimes que caracterizan a esta nación.
Timbiquí creció como muchos
soldados, marinos, pilotos y policías: amando profundamente su país; el
mejor guía es quien ha caminado trochas y vadeado ríos; y este joven soldado,
conocía de memoria desde el río Saija, hasta Cabo Manglares; como la palma de
su mano, las costas del Cauca y de Nariño, las aguas del Telembí, del Guapi, del
Micay, el Cahaguí, el Patía, el Mataje, el Mira, el Satinga, y el Sanquianga; las lagunas de La Tola y de
Pulbuza.
Así como este infante de marina de corazón grande, son quienes se
atreven a vestir el uniforme de nuestra fuerza pública; como Timbiquí, son los
Rodríguez, los Martínez, los Gómez, los García; los cadetes sorprendidos
por el bombazo del Eln en la “Escuela General Santander”; son luchadores,
sencillos y honestos; sus comandantes y superiores, les enseñaron: “amen
a los soldados como si fueran sus propios hijos”.
Esa práctica es la que sustenta al Ejército, la Armada, la Fuerza Aérea
y la Policía de los colombianos; por el amor de su gente hacia toda la gente es
como se les mide; por el amor de quienes defienden los más caros ideales de estas
instituciones; no se juzga las instituciones por las conductas de quienes las enlodan
y hacen dar pena, ni por quienes equivocan el camino, manchando lo inmaculado.
Héroes hay por doquier en los
cuartes militares y de policía; también héroes y heroínas, encontramos en los
hogares, en las calles, campos y ciudades de Colombia, en todas las profesiones
y oficios; héroes son, los mineros artesanos como el padre del infante de mi
historia; héroes son, los estudiantes que madrugan a tender sus camas y salen
corriendo a tomar el bus que los lleva a tiempo a sus clases; héroes son, los profesores
y obreros que trabajan para educar, para conseguir el sustento de sus familias,
para cumplir sus obligaciones y deberes.
Para desarrollar a Colombia, para verla crecer siempre grande, respetada
y libre, el país necesita millones de héroes de carne y hueso; seres humanos
como Timbiquí: un infante de marina, quien como papá de tres hijos, hoy vive
feliz con su esposa en el pueblo que le dio su apellido; sigue llevando con
honor el título de colombiano, y aún conserva su corazón repleto de bondad, de
gratitud, de nobleza y de respeto...
*10 de enero de 1990
https://twitter.com/rafacolontorres
Escrito en Chía, Colombia, a las 22:00h del día 05 de febrero de 2019
Escrito en Chía, Colombia, a las 22:00h del día 05 de febrero de 2019
*10 de enero de 1990
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