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COVID-19...; una bomba espiritual.


“Fue una bomba biológica”: es la definición del alcalde de Bérgamo sobre el partido de Champions League que aceleró los contagios por coronavirus.
Giorgio Gori alcalde de Bérgamo, Foto Shutterstock

Ocurrió el 19 de febrero. Giorgio Gori, reconoció que posiblemente los 40 mil fanáticos que estuvieron en el estadio para animar el encuentro entre Atalanta vs Valencia, “intercambiaron el virus”. Miles de aficionados del Atalanta, se trasladaron por tierra desde Bérgamo hasta el estadio San Siro de Milán, a unos 55 kilómetros de su ciudad. Faltaban todavía dos semanas para que la Organización Mundial de la Salud declarara a la cepa del Covid-19 del coronavirus, como pandemia. Ese encuentro de fútbol, correspondiente a los octavos de final de la Champions League, entre italianos y españoles, es señalado por especialistas médicos, como uno de los hitos que aceleró la dispersión del virus en España e Italia, los dos países con más casos en Europa, y seguramente desde allí, sucede la inmediata exportación de la pandemia hasta las américas.   

Covid-19, la pandemia que nos abre el corazón.
El mundo entero vive un momento sin igual en sus vidas; un virus que arrancó como tragedia en China, se ha expandido por las calles de casi todos los pueblos del planeta, produciendo muerte, desolación, incapacidad y miedo; la ruptura de nuestra cotidianidad y planes; ha puesto a prueba la capacidad del ser humano para hacer frente a lo impredecible, y ha desnudado sus falencias; sus egos; la fragilidad de los gobiernos, de los sistemas de salud; ha arrinconado las economías más fuertes; ataca por igual y sin compasión, a cualquier estrato; ha visibilizado las llagas de la desigualdad y la pobreza, amenazando con aumentarla sin límites, produciendo más desempleo y más miseria.

La pandemia nos está gritando, que no hay ser humano capaz de sobrevivir sin ayuda, en medio de una atroz tormenta.
Italia Hospital. Los hospitales de Italia están desbordados por la crisis por el coronavirus. Este es el hospital de Cremona, al sureste de Italia. AFP
Tal como lo anunciara el Papa Francisco en su solitaria homilía desde la Plaza de San Pedro,” Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos”.
El 27 de marzo, de 2020, por primera vez en lo que va del milenio, el máximo representante de la Iglesia católica rezó en solitario ante la Plaza de San Pedro, en el Vaticano, para dar indulgencia plenaria a todo el mundo, ante la crisis provocada por el Covid-19.
Es así que obligados a tomar distancia social, a confinarnos para no exponernos al riesgo del contagio, la vida nos ha cambiado sustancialmente, en medio de las cifras galopantes de contagiados, y de miles de muertos apilados, como si estuviéramos dentro de una guerra convencional; la pandemia obliga a todos los seres humanos, a revisar cómo estamos haciendo las cosas, cómo se conducen los liderazgos, las políticas públicas, nuestros comportamientos en familia, nuestros deberes como ciudadanos, nuestro respeto hacia los demás, nuestra ética y moral, nuestra relación con Dios.

El Papa Francisco, es oportuno al recordarnos que “la tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad”.

Y es que las circunstancias nos recuerdan, que no somos inmunes, ni tan fuertes como pensábamos; el dinero no lo es todo; el apego por lo material, al final de nada sirve; nadie lleva tras del ataúd un contenedor con todas sus pertenencias; la vanidad es mezquina e hipócrita; nos sumergió en la manía típica del narcisismo; nos volvimos individualistas, extasiados en la complacencia excesiva, en la consideración exclusiva de la autosuficiencia, en un mundo enfermo, por la falta de Dios.

Por tanta rutina, perdimos el horizonte de lo que verdaderamente importa; la obra "El Principito", del aviador francés Antoine de Saint-Exupéry, nos recuerda: "solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos".

Los valores de nuestros ancestros, se nos van escapado, por causa del relativismo que nos acosa; ahora todo apunta a que las realidades relacionadas con Dios son inaccesibles; el orden ético se apoya en motivos prácticos: permitir cualquier cosa a quien lo desee, pensando que así se amplía el espectro de su libertad.  
Numerosos féretros en la iglesia del cementerio de Bérgamo. Foto Reuters
Si salimos vivos de esta pandemia, el mundo no puede seguir siendo el mismo; para construir  un país más justo y amable con todos, no podemos salir de casa a seguir viviendo entre tanto mugre y desorden, entre tanto jolgorio, entre conciertos estridentes embriagados de cannabis, o haciendo lo que se nos venga en gana, porque la libertad no tiene límites; no podemos seguir caracterizándonos por la hipocresía, las risitas, las burlas, los desenfrenos, la vanidad, el irrespeto y la desobediencia. La vida debe tomarse más en serio; si la asumimos con ese “importaculismo” descarado, seguiremos ciegos y contagiados por el virus que ha desnudado, lo más ruin del ser humano: su egoísmo y su maldad.

En casa, solos, o en familia, hay tiempo para la reflexión, antes que la sórdida reacción que nos caracteriza; debemos regresar sobre lo fundamental, y es lo que nos ha recordado el Papa Francisco: debemos navegar unidos; llevar en la barca y en nuestro corazón a Dios; con Él abordo, nadie naufraga, porque nos infunde valor, confianza, paz, amor infinito, y el deseo de servir a los demás con profunda vocación y convicción.

El relativismo que hoy exige a las nuevas generaciones, expulsar a Dios de sus vidas, abandonar las creencias que millones de creyentes heredamos de nuestros ancestros, nos ha convertido en un país cargado de disputas, de cizaña, y de conflictos interminables; parecemos monstruos actuando como hienas; "¡mi supervivencia, estar vigente es vital para mí!"; ¡que me importa que los demás no tengan nada; importo yo y nada más; importa que me sigan, por encima de cualquier cosa!.

Una bomba Espiritual.
Las lecciones que estamos aprendiendo de esta pandemia, originada por algo así, como el estallido de una bomba biológica, podemos transformarlas como nos lo enseña, el sacerdote Juan Pablo Galvis Jiménez, desde su cuarentena en Chía: (-https://www.youtube.com/watch?v=c4g-5i48M3A-); él nos pide que transformemos esta crisis en un estallido supremo, en una bomba espiritual, que contagie fe, esperanza, respeto, perdón, solidaridad, bondad, cariño; todos los valores cristianos que nos permiten mantener a Dios, vivo en nuestros corazones.

Hoy más que nunca necesitamos el estallido de una bomba espiritual, que germine sobre tierra nueva, donde quepamos todos; sin más egoísmos, odios y venganzas; la vida está llena de proyectos, de deberes y responsabilidades con los demás y con nosotros mismos; somos criaturas en un camino lleno de tormentas; debemos actuar con coherencia para merecer el cielo.

El mensaje del Papa, desde Roma para el mundo entero, para creyentes y no creyentes, es un llamado  potente para que también estalle en nuestros corazones, esa bomba espiritual, que nos permita ver que nuestra misión en la tierra, es mucho más de lo que hemos, o no hemos hecho.

En Colombia apenas comienza a expandirse la pandemia; las semanas que vienen van a ser muy difíciles; las cifras galoparán exponencialmente hasta asustarnos, estresarnos y traumatizarnos; nuestra psicología cambiará, porque el escenario es anormal; por tanto, apoyar a las autoridades es un deber moral; cesar las disputas ideológicas, es muy necesario, seguir las recomendaciones de quienes ya han transitado esta tormenta, es cuestión de sentido común; de no hacer caso, la pandemia dejará en nuestro país una estela numerosa de muertos.

El asunto es serio y exige nuestra máxima responsabilidad; debemos cuidarnos y cuidar a los demás. Si tenemos a Dios en nuestro corazón, no luciremos desorientados entre la tempestad, no estaremos con el agua hasta el cuello, ni con la nariz buscando afanosamente aire, esperando que una ola gigante, nos quite hasta el último resuello.  
El Papa Francisco eleva su suplica al Señor y nos pide que confiemos en Él y respondamos a su llamada a “convertirnos”. También nos pide que sigamos el ejemplo de las personas corrientemente olvidadas que están en el timón de la barca en estos momentos de crisis sanitaria por la pandemia. Palabras del Papa Francisco: “codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo. Ahora, mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: “Despierta, Señor”. 
Escrito en Chía a las 16:30 horas, del 29 de marzo de 2020

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