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Cuando pase la tormenta...

¿Cuando pase la tormenta cómo imaginas el mundo y tu país?
Acá mis reflexiones políticas sobre lo que se debe hacer, y mi lista Top10, de lo que pienso y quiero, para cuando termine la pandemia. Al final, en comentarios, puedes agregar tus Top10.
Ivan Aivazovsky naufrage Vagues de l’océan Peintures à l'huile
Cuando pase la tormenta, deseo que Dios nos inspire a regresar renovados, como mejores seres humanos; no podemos regresar a la cotidianidad de antes; el mundo debe cambiar; de no ser capaces de transformarnos para bien, de nada habrá servido el remezón que produce la Covid-19.

Basta revisar cualquier proceso de política o de convivencia antes de la pandemia, y ahora cuando el Coronavirus nos respira en la nuca. En cualquier trabajo, en cualquier circunstancia de la vida como obreros, profesores, desempleados, o informales, como profesionales, empresarios, dirigentes, gobernantes, como padres de familia, como hijos, como alumnos, como simples huraños, zánganos o ermitaños, debemos cambiar la forma de ver el mundo y nuestras vidas.

Esta cruda tormenta ha sido capaz de rasgar hasta las velas de capa[1] de nuestras naves, nos ha puesto al borde del naufragio y ha expuesto nuestros más bellos, más nobles, más puros, más ruines, delirantes y miserables sentimientos.

La pandemia, obligó a poner sobre la mesa todos los problemas de la humanidad: sus egoísmos, sus intereses, sus angustias, sus debilidades, sus potencialidades, su nobleza, sus dones de caridad y solidaridad. Todo lo bueno y todo lo malo, han sido exhibidos como en una feria de libros abiertos.  

El planeta también nos ha permitido apreciar que la naturaleza es potente y que se puede recuperar de la depredación que producen las manos del hombre; que su singular belleza, florece, allí donde no existen seres humanos.

Bosques, mares, habitados por incontables especies únicas llenas de vida, lugares donde existen escenas íntimas de los seres vivos, lugares míticos que deben preservarse y nunca destruirse; allí palpita la naturaleza que hemos empobrecido por la explotación incontenible, al punto de disminuir dramáticamente, su número de especies.
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Pero la buena noticia que nos deja la pandemia, es que los inmensos bosques dadores de vida, las praderas llenas de sonidos imperturbables, poseen una resistencia increíble, porque es el fruto de la Creación. Aves, mamíferos cuadrúpedos, peces, insectos, playas, corales, montañas, bosques, polos, casquetes, cumbres de hielo, hasta el aire hoy son libres; no hay pesca desmedida, no se escucha el tiro del cazador furtivo que mata las aves transcontinentales; hemos visto que la naturaleza se renueva, se complace en el respeto, en el orden, con lo limpio, y ella espera, que nosotros hagamos lo mismo.

Nuestras periferias han visto que los animales más preciosos de la creación quieren vivir en lo obvio; interactuar con nosotros; se acercan, se dejan filmar y fotografiar; el planeta nos grita que lo respetemos, que no lo derritamos más; que aprendamos a convivir con Él. Basta con echar una mirada sobres nuestros singulares paisajes, para darnos cuenta que todos los seres de la creación son interdependientes; los desiertos tienen su propia misión; cada árbol, cada flor, son recíprocos hasta para alimentarse; su natural interconexión, les permite trabajo en equipo: cazar para vivir; cumplen su misión dentro del eslabón de la cadena, de su propio ciclo; cada uno es indispensable para la supervivencia del otro.

Es quizás la mayor enseñanza de esta tormenta: mientras los gobiernos y las sociedades hoy hacen lo obvio, la Creación con su perfecta naturaleza, nos está recordando que la vida se respeta, que nuestros comportamientos deben estar en armonía con todo lo que nos rodea, que no podemos seguir haciendo más de lo mismo, porque seguiremos produciendo más de lo mismo.
Fondos de pantalla Planeta Tierra vista desde la Luna

Por tanto, la vida debe tomarse más en serio; volver a hacer ruido, mugre, animar pugilatos, imprimirle frenesí a nuestras actuaciones, retomar el jolgorio, la barahúnda, la guachafita, el irrespeto, la chacotica, la parranda, la rumba, la irreverencia sin límites, nos pone en el mismo país de antes, nos hace tercos y temerarios. Es momento de llamar a la cordura, al buen juicio, a cumplir sin rechistar con nuestros deberes, con nuestras obligaciones, a quejarnos menos, y agradecer más.

Hacer lo que se debe hacer, y NO, lo que se tiene que hacer:
La pandemia ha obligado a los gobiernos a enfocar las políticas públicas en función de lo que se debe hacer, como una respuesta que nace de las necesidades de la gente, del deber ser, del bien común de las sociedades y del planeta; es una respuesta a la justa indignación, y a lo que está mal hecho.

Esa dirección es la correcta y debe perdurar en cualquier gobierno por siempre. La condición de hacer lo que se debe hacer, marca una enorme diferencia con lo que se tiene que hacer. Deber hacer y tener que hacer, no es lo mismo.

Lo primero se inspira en lo sublime, en el corazón de la gente, en valores democráticos y cristianos; lo segundo es una obligación cortoplacista. Tener que hacer, porque no hay más remedio, porque hay que salirle al paso; es lo que obliga mis intereses en un solo período de gobierno, es fruto del cálculo político, del populismo, del clientelismo, y del egoísmo.

Las instituciones hoy hacen lo que debería ser usual: maratones para recoger dinero, y llevar mercados a los pobres; helicópteros y naves surcando lo impenetrable para llevar remedios; no lo hicieron antes con la gente de la Guajira, o del Chocó. Sin duda, lo hecho durante las últimas semanas, son acciones humanitaria admirables, que no debería ser excepcionales, sino fruto de la solidaridad y del trabajo bien hecho; para servir, no se necesitan titulares de prensa, ni un amplio comité de aplausos; ¡eso debemos cambiarlo!.

Un mensaje: cuando termine esta cruel tormenta, hay que llevar a la práctica todos los aprendizajes que nos deja la pandemia, en nuestro relacionamiento con el planeta, con la naturaleza; reafirmar, replantear nuestros deberes como seres humanos en función de una vida más armónica. NO podemos retornar a hacer más de lo mismo; lo que ha estado mal hecho, lo debemos cambiar. 

1. Que no salgamos a producir tanto ruido. Que durante los conciertos que perturban la naturaleza y la gente que no asiste a esos escenarios, el ruido ensordecedor y estridente, solo lo escuchen quienes pagan o asisten; millones de personas amamos el silencio, y el orden. 

2. Que los alcaldes y gobernadores, construyan amplios andenes en sus municipios, que hagan caminos, senderos y alamedas seguras, cubiertas de naturaleza, para que la gente haga entrenamiento físico, y medicina preventiva; que la gente pueda caminar, o montar en bicicleta, desde Zipaquirá hasta Bogotá; desde Bogotá hasta el peaje de Chuzacá; desde Girardot y Honda, hasta La Dorada; desde Cartagena, hasta Santa Marta, (por ejemplo); de esta forma, con medicina preventiva en todas nuestras ciudades, no colapsaríamos el sistema de urgencias, por un simple dolor de huesos, catarros, o dolor de cabeza. 

3.    Que todas las medidas implementadas para fortalecer los sistemas de salud y el bienestar de los más vulnerables en esta coyuntura, se conviertan en políticas de Estado por siempre; por los siglos de los siglos.  

4. Que las absurdas ideologías políticas se pongan de acuerdo con un plan estratégico de gobierno, que incluya sus visiones, las políticas públicas sociales y económicas que les causan tan perversa división; que las consignen por Ley a 50 años; que se turnen el poder durante períodos de cinco años, hasta completar las cinco décadas, a ver si cesan el odio y termina la hipnosis que produce la polarización. (Gobernante que incumpla el pacto aprobado por Ley, pasa a prisión sin juicio previo).  

5.  Que los gobiernos gobiernen bien, que los políticos hagan las pases, que consideren siempre a la gente más necesitada y vulnerable; pero que también consideren que fruto de la manipulación y del populismo, dentro de quienes dicen ser víctimas, o tener hambre, hay vividores, atenidos, perezosos, holgazanes, chisgarabises, trastos, catacaldos, mequetrefes, cascabeleros, e insensatos, que solo quieren que los mantengan.  

6.    Que las autoridades, las empresas, los ciudadanos, no permitan que un gramo de basura, o que una gota de agua sucia se deposite sobre las quebradas, o los ríos de nuestros campos y ciudades.  

7.    Que en nuestros mares y ríos no pesquen con dinamita, ni pongan las redes de orilla a orilla; que dejen subir los peces; que los atrapen naturalmente, artesanalmente; peces hay para todos. Que nuestros nietos, puedan ir a pescar peces grandes exentos de mercurio, en cualquiera de los 20.500 kilómetros de cursos de agua dulce que tiene Colombia; que en veinte años nuestros nietos y los nietos de los rivales políticos, puedan ir al Salto del Tequendama, a jugar y recrearse con su aguas abundantes y cristalinas.  

8.    Que sea obligación perentoria, retomar las clases de urbanidad, ética y cívica, en los colegios y universidades.  

9.   Que los alcaldes y gobernadores, no permitan la expansión del urbanismo sin planificación; cada nueva urbanización debe contemplar nuevos servicios públicos, para que no colapsen los ya existentes, ni que se afecte el bienestar de quienes ya residen desde hace centurias.  

10. Que retomemos el valor de la familia, los principios, los valores democráticos y cristianos. 

Muchas Gracias… 


Escrito en Chía. Siendo las 11:44 horas del jueves 23 de abril del año 2020.      

 



[1] Muchos navegantes han oído hablar de la vela de capa, pero son muy pocos los que alguna vez han navegado con ella. La vela de capa está diseñada para sustituir a la mayor cuando ésta ya no se puede reducir más y el viento continúa subiendo, o en caso de rotura.

Comentarios

  1. Rafa, de acuerdo con la mayoría de tus apreciaciones. Eres un gran soñador, esperemos que pase la tormenta primero. Un abrazo. Jorge Paz

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  2. Gracias siempre querido Jorge; entres sueños se construye futuro, entre sueños navegan las futuras generaciones. Abrazos de corazón.

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