¿Cuando pase la tormenta cómo
imaginas el mundo y tu país?
Acá mis reflexiones políticas sobre
lo que se debe hacer, y mi lista Top10, de lo que pienso y quiero, para cuando
termine la pandemia. Al final, en comentarios, puedes agregar tus Top10.
Cuando pase la tormenta, deseo que Dios nos inspire a regresar
renovados, como mejores seres humanos; no podemos regresar a la cotidianidad de
antes; el mundo debe cambiar; de no ser capaces de transformarnos para bien, de
nada habrá servido el remezón que produce la Covid-19.
Basta revisar cualquier proceso de
política o de convivencia antes de la pandemia, y ahora cuando el Coronavirus nos respira
en la nuca. En cualquier trabajo, en cualquier circunstancia de la vida como
obreros, profesores, desempleados, o informales, como profesionales,
empresarios, dirigentes, gobernantes, como padres de familia, como hijos, como alumnos,
como simples huraños, zánganos o ermitaños, debemos cambiar la forma de ver el
mundo y nuestras vidas.
Esta cruda tormenta ha sido capaz
de rasgar hasta las velas de capa
de nuestras naves, nos ha puesto al borde del naufragio y ha expuesto nuestros más
bellos, más nobles, más puros, más ruines, delirantes y miserables sentimientos.
La pandemia, obligó a poner sobre
la mesa todos los problemas de la humanidad: sus egoísmos, sus intereses, sus
angustias, sus debilidades, sus potencialidades, su nobleza, sus dones de caridad
y solidaridad. Todo lo bueno y todo lo malo, han sido exhibidos como en una
feria de libros abiertos.
El planeta también nos ha
permitido apreciar que la naturaleza es potente y que se puede recuperar de la
depredación que producen las manos del hombre; que su singular belleza,
florece, allí donde no existen seres humanos.
Bosques, mares, habitados por
incontables especies únicas llenas de vida, lugares donde existen escenas
íntimas de los seres vivos, lugares míticos que deben preservarse y nunca
destruirse; allí palpita la naturaleza que hemos empobrecido por la explotación
incontenible, al punto de disminuir dramáticamente,
su número de especies.
Pero la buena noticia que nos
deja la pandemia, es que los inmensos bosques dadores de vida, las praderas
llenas de sonidos imperturbables, poseen una resistencia increíble, porque es
el fruto de la Creación. Aves, mamíferos cuadrúpedos, peces, insectos, playas, corales,
montañas, bosques, polos, casquetes, cumbres de hielo, hasta el aire hoy son
libres; no hay pesca desmedida, no se escucha el tiro del cazador furtivo que
mata las aves transcontinentales; hemos visto que la naturaleza se renueva, se
complace en el respeto, en el orden, con lo limpio, y ella espera, que nosotros
hagamos lo mismo.
Nuestras periferias han visto que
los animales más preciosos de la creación quieren vivir en lo obvio; interactuar
con nosotros; se acercan, se dejan filmar y fotografiar; el planeta nos grita que
lo respetemos, que no lo derritamos más; que aprendamos a convivir con Él. Basta
con echar una mirada sobres nuestros singulares paisajes, para darnos cuenta que
todos los seres de la creación son interdependientes; los desiertos tienen su propia
misión; cada árbol, cada flor, son recíprocos hasta para alimentarse; su natural interconexión, les permite trabajo en equipo: cazar para vivir; cumplen
su misión dentro del eslabón de la cadena, de su propio ciclo; cada uno es
indispensable para la supervivencia del otro.
Es quizás la mayor enseñanza de esta tormenta: mientras los gobiernos
y las sociedades hoy hacen lo obvio, la Creación con su perfecta naturaleza, nos
está recordando que la vida se respeta, que nuestros comportamientos deben estar en
armonía con todo lo que nos rodea, que no podemos seguir haciendo más de lo
mismo, porque seguiremos produciendo más de lo mismo.
Por tanto, la vida debe tomarse
más en serio; volver a hacer ruido, mugre, animar pugilatos, imprimirle frenesí a nuestras actuaciones, retomar el jolgorio, la barahúnda, la
guachafita, el irrespeto, la chacotica, la parranda, la rumba, la irreverencia sin
límites, nos pone en el mismo país de antes, nos hace tercos y temerarios. Es
momento de llamar a la cordura, al buen juicio, a cumplir sin rechistar con nuestros deberes,
con nuestras obligaciones, a quejarnos menos, y agradecer más.
Hacer lo que se debe hacer, y NO, lo que se tiene que hacer:
La pandemia ha obligado a los
gobiernos a enfocar las políticas públicas en función de lo que se debe hacer, como una respuesta que nace de las
necesidades de la gente, del deber ser, del bien común de las sociedades y del planeta;
es una respuesta a la justa indignación, y a lo que está mal hecho.
Esa dirección es la correcta y
debe perdurar en cualquier gobierno por siempre. La condición de hacer lo que se debe hacer, marca una
enorme diferencia con lo que se tiene que hacer. Deber hacer y tener que hacer,
no es lo mismo.
Lo primero se inspira en lo sublime, en el corazón de la gente, en
valores democráticos y cristianos; lo segundo es una obligación cortoplacista. Tener que hacer, porque no hay más
remedio, porque hay que salirle al paso; es lo que obliga mis intereses en un
solo período de gobierno, es fruto del cálculo político, del populismo, del clientelismo,
y del egoísmo.
Las instituciones hoy hacen lo que debería ser usual: maratones
para recoger dinero, y llevar mercados a los pobres; helicópteros y naves surcando lo
impenetrable para llevar remedios; no lo hicieron antes con la gente de la
Guajira, o del Chocó. Sin duda, lo hecho durante las últimas semanas, son acciones humanitaria
admirables, que no debería ser excepcionales, sino fruto de la solidaridad y
del trabajo bien hecho; para servir, no se necesitan titulares de
prensa, ni un amplio comité de aplausos; ¡eso
debemos cambiarlo!.
Un mensaje: cuando termine esta cruel tormenta, hay que llevar a
la práctica todos los aprendizajes que nos deja la pandemia, en nuestro relacionamiento
con el planeta, con la naturaleza; reafirmar, replantear nuestros deberes como
seres humanos en función de una vida más armónica. NO
podemos retornar a hacer más de lo mismo; lo que ha estado mal hecho, lo
debemos cambiar.
1. Que
no salgamos a producir tanto ruido. Que durante los conciertos que perturban la
naturaleza y la gente que no asiste a esos escenarios, el ruido ensordecedor y
estridente, solo lo escuchen quienes pagan o asisten; millones de personas
amamos el silencio, y el orden.
2. Que
los alcaldes y gobernadores, construyan amplios andenes en sus municipios, que
hagan caminos, senderos y alamedas seguras, cubiertas de naturaleza, para que
la gente haga entrenamiento físico, y medicina preventiva; que la gente pueda
caminar, o montar en bicicleta, desde Zipaquirá hasta Bogotá; desde Bogotá
hasta el peaje de Chuzacá; desde Girardot y Honda, hasta La Dorada; desde
Cartagena, hasta Santa Marta, (por ejemplo); de esta forma, con medicina
preventiva en todas nuestras ciudades, no colapsaríamos el sistema de
urgencias, por un simple dolor de huesos, catarros, o dolor de cabeza.
3. Que
todas las medidas implementadas para fortalecer los sistemas de salud y el
bienestar de los más vulnerables en esta coyuntura, se conviertan en políticas de
Estado por siempre; por los siglos de los siglos.
4. Que
las absurdas ideologías políticas se pongan de acuerdo con un plan estratégico
de gobierno, que incluya sus visiones, las políticas públicas sociales y
económicas que les causan tan perversa división; que las consignen por Ley a 50
años; que se turnen el poder durante períodos de cinco años, hasta completar
las cinco décadas, a ver si cesan el odio y termina la hipnosis que produce la
polarización. (Gobernante que incumpla el pacto aprobado por Ley, pasa a
prisión sin juicio previo).
5. Que
los gobiernos gobiernen bien, que los políticos hagan las pases, que consideren
siempre a la gente más necesitada y vulnerable; pero que también consideren que
fruto de la manipulación y del populismo, dentro de quienes dicen ser víctimas,
o tener hambre, hay vividores, atenidos, perezosos, holgazanes, chisgarabises,
trastos, catacaldos, mequetrefes, cascabeleros, e insensatos, que solo quieren
que los mantengan.
6. Que
las autoridades, las empresas, los ciudadanos, no permitan que un gramo de
basura, o que una gota de agua sucia se deposite sobre las quebradas, o los
ríos de nuestros campos y ciudades.
7. Que
en nuestros mares y ríos no pesquen con dinamita, ni pongan las redes de orilla
a orilla; que dejen subir los peces; que los atrapen naturalmente,
artesanalmente; peces hay para todos. Que nuestros nietos, puedan ir a pescar
peces grandes exentos de mercurio, en cualquiera de los 20.500 kilómetros de
cursos de agua dulce que tiene Colombia; que en veinte años nuestros nietos y
los nietos de los rivales políticos, puedan ir al Salto del Tequendama, a jugar
y recrearse con su aguas abundantes y cristalinas.
8. Que
sea obligación perentoria, retomar las clases de urbanidad, ética y cívica, en
los colegios y universidades.
9. Que
los alcaldes y gobernadores, no permitan la expansión del urbanismo sin
planificación; cada nueva urbanización debe contemplar nuevos servicios
públicos, para que no colapsen los ya existentes, ni que se afecte el bienestar
de quienes ya residen desde hace centurias.
10. Que
retomemos el valor de la familia, los principios, los valores democráticos y
cristianos.
Muchas Gracias…
Escrito en Chía. Siendo las 11:44
horas del jueves 23 de abril del año 2020.
Rafa, de acuerdo con la mayoría de tus apreciaciones. Eres un gran soñador, esperemos que pase la tormenta primero. Un abrazo. Jorge Paz
ResponderBorrarGracias siempre querido Jorge; entres sueños se construye futuro, entre sueños navegan las futuras generaciones. Abrazos de corazón.
ResponderBorrar