El planeta no puede seguir siendo el mismo de antes; ni la gente, ni los
gobiernos pueden seguir enfrascados en lo mismo de siempre, todos, tendremos
ahora sí que transformarnos, con la misma velocidad de la pandemia.
Lamentable que una tragedia sea la causante de meter un cimbronazo a las
fibras más sensibles del ser humano, obligándolo a reaccionar. Sin duda, la
pandemia del Covid-19, ha puesto el mundo patas arriba; la acción global
decisiva, no ha sido suficiente; la Onu se queda en anuncios e impotencia; los
gobiernos aterrizan sobre sus históricos errores; su pesada burocracia, se
ahoga en la baja profundidad de sus políticas sociales y económicas.
Las desigualdades socio económicas, y un sistema universal mal organizado, poco eficiente.
Antes de la pandemia, nos distraíamos con las disputas del
fundamentalismo político, la xenofobia, el miedo al terrorismo, el calentamiento
global, la polarización mezquina, las masas de la protesta social indignada; la reelección de Donald Trump, las
pretensiones reeleccionistas de Vladimir Putin, para atornillarse en el poder
por siempre, el odio irascible e irreflexivo que expelen las redes sociales, y el sinfín de mañas
de los gobiernos, para no llevar bienes y servicios a la gente más necesitada.
El coronavirus puso a galopar a los gobiernos, sin más oxígeno que sus
reservas económicas, que por siempre debieron ponerse en función de la gente; hoy, a pesar que han puesto el acelerador a
fondo, lucen impotentes, apurados por hacer lo que debieron hacer desde hace décadas; están buscando como pagar todo lo que les está exigiendo la contención de la pandemia.
En salud, el déficit de
personal, de infraestructura y equipos, va más allá de una bajo gasto; la
corrupción administrativa del sistema tambaleante, acostumbrado a sobrevivir en
cuidados intensivos, le quebró el espinazo a la población más vulnerable,
atendida por costumbre en los pasillos de las urgencias hospitalarias, cuando han
estado ad portas del último resuello; esa es la radiografía que hoy deja la
neumonía que produce el coronavirus y que desnuda los sentimientos más ruines y más nobles
del ser humano.
La ineficaz burocracia de las
instituciones.
Los gobiernos por su clientelismo, por sus históricas disputas
intestinas, por su falta de estrategia de largo aliento, olvidaron atender a
los más vulnerables; y con tanto dinosaurio junto, sus medidas, administradas
por sistemas económicos inflexibles y excluyentes, lejos del corazón de la
gente, palidecen frente al poder del Coronavirus. Los gobiernos desampararon a los más débiles, y el Covid-19, vino a cobrar hasta con pena de muerte.
Es un ejercicio diario de humildad, reconocer lo insignificante que somos en tamaño, frente a la infinitud de la Creación del Universo. |
Graves mentiras. Son muchos
los factores por lo que esta pandemia le viene a cobrar por ventanilla a la
política global, poniéndola contra la pared; el panorama antes de la pandemia, no
exime a la República Popular China, de explicaciones, por mentir sobre las
cifras reales de su tragedia, guardadas en medio de largas colas de gente que
quería recoger las cenizas de sus seres queridos en las casas funerarias; según
ciudadanos del coloso de oriente, las autoridades ocultaron noticias y silenciaron a los médicos que insistieron en informar sobre la dimensión real de la pandemia. Mucha
gente murió en sus casas sin ser examinadas; ahora, el país que la originó, quiere
lucir como el gran bondadoso.
¿Saldremos bien librados de la
pandemia?
No lo sabemos aún; pero si llegamos a salir bien librados, lo primero
que hay que reconocer es que nos hace falta más solidaridad con los más
necesitados, con los que viven del rebusque en la calle, con la gente sin techo; los gobiernos, acorralados
por una economía con baja diversificación, olvidaron que la gente más pobre, es
parte de la sociedad.
¡Quien me la debe, me la paga!.
Cuánto odio enconado, cuántos deseos de vengarnos, de no dejarnos de quien me la hizo, porque ¡quien me la debe, me la paga!; cuantas promesas
desvanecidas e incumplidas; cuanta incapacidad de sanar heridas, de
reconciliarnos con los rivales; hemos sido incapaces de levantar la mirada y
reconocer nuestras faltas en la vida familiar, social y política. El drama que padece el mundo, nos obliga a redescubrirnos
como seres humanos y creyentes en Dios. Privilegiar lo que nos falta para ser
felices, puso en segundo plano, que hacer el bien, es la mejor decisión de la
vida.
Estamos criando Rémoras y Zánganos...,
nos grita la pandemia.
Ahora en casa reunidos, casi por obligación, la pandemia pone el dedo
en la llaga de millones de seres humanos, y familias disfuncionales, que no le aportan
ni un litro de sudor o sacrificio a sus países; el facilismo, la condena, la
crítica y el irrespeto son su oficio; flaco favor le han hecho a la sociedad trabajadora, a la gente que produce
riqueza; padres de familia que no le prestan atención a sus hijos, porque el
trabajo y producir dinero está primero.
La pandemia deja en claro que el
irrespeto generalizado y el bajo aprecio por la autoridad, es la mayor
práctica de millones de terrícolas, que han preferido eludir sus responsabilidades
y deberes ciudadanos; algunos prefieren criar a una mascota, o casarse con un animal,
antes que educar a un hijo; el facilismo expandido durante las últimas tres generaciones,
ha criado zánganos y rémoras, que a manos llenas exigen a irresponsables
democracias, que les llenen su barrigas, mientras se ejercitan en la
insolidaridad y el importaculismo.
AFP |
¿Cuál es el camino?
Jugarse la vida por los demás: servir, servir, y servir. El camino del
servicio desinteresado es lo que nos salva de otro naufragio; gigantes
son quienes sirven a los demás y NO, quienes se sirven de los demás,
nos lo ha recordado el papa Francisco en sus homilías; los verdaderos héroes
que hemos observado en esta cruda emergencia, no son los que buscan fama y
dinero, sino los que se juegan la vida por los demás.
Debemos recuperar el sentido de familia, dar gracias a
Dios por los regalos que nos ha dado; debemos vivir en armonía con la naturaleza, a la
que le hemos echado las toneladas del mugre que producimos; reconciliarnos con
ella; reaprender que el dinero y la fama, no lo es todo; ninguno se va con sus fortunas
al horno crematorio o a la sepultura.
Solos no podemos seguir viviendo, como borregos sometidos a la voluntad ajena, pegados del espejo, gestionando
seguidores, escribiendo mentiras, criticando y condenando sin producir un ápice; necesitamos construir; ser equipo, remar en la misma barca, en la misma dirección, con menos egoísmos y vanidades; la felicidad no se compra con dinero, se encuentra en lo más simple,
en lo que no se percibe con los ojos, está allí, en el corazón, donde habita
Dios: ¡hay que despertar!
Al salir de la pandemia, no
podemos seguir haciendo lo mismo; nuestro sacrificio tiene recompensa en
los hijos y en nuestras buenas obras. Hay que recuperar el sentido del respeto
que nos enseñaron nuestros ancestros, el valor de cortejar a una mujer; sin el valor
sublime de lo que en esencia significa familia, nuestros países se llenarán de sin sentidos, de
viejos solitarios, de una población que solo aspira a satisfacer sus
necesidades individuales con solo darle clic a una página llena de inmundicia, o comprando muñecos inflables que fungen como pareja, para satisfacer irracionales apetitos; por
no tener el valor de apreciar las lecciones de quienes arrugaron sus frentes y curtieron
sus manos con sabiduría divina, nos hemos revolcado entre tanta porquería.
¿Qué lecciones puede dar una sociedad sin Dios, sin obediencia, y sin
ley, que ha logrado convencer a cientos de gobiernos, para que les otorgue una
libertad sin límites, con la excusa, que si ponen límites a su libertad, no se
encuentra la felicidad?
Nuestras rutinas, y costumbres superfluas, tendrán que ajustarse con
más deberes y responsabilidades hacia nuestras vidas y con los demás.
El respeto con el prójimo, con
las mujeres, con los mayores, con los niños, es el sentimiento positivo que
desechamos desde hace varias centurias, por privilegiar el individualismo y el
narcisismo; la acción de respetar a los demás, debe entenderse como equivalente
a sentir veneración, aprecio y reconocimiento por el otro. En casa durante
estos días hemos tenido suficiente tiempo para entender el respeto como una
veneración necesaria. El Covid-19 le está preguntando a millones de padres de
familia, si están criando servidores, capaces de darlo todo por generar
riqueza, o están criando cuervos, rémoras, arrimadas y perezosas, que solo
producen pobreza.
La pandemia exige reaprender el
valor del respeto. El latín respectus, traduce “atención”,
“consideración”, “mirar de nuevo”; de allí que todo merezca un mirar de nuevo,
lejos de los estereotipos que nos metimos en la cabeza, al creernos mejor que
otros.
Nuestros abuelos, indígenas, campesinos, las primeras generaciones del siglo
XX, tenían el olfato del sentido común; escucharlos, hablarles, verlos laboriosos en sus trabajos, ha sido un privilegio;
sus conocimientos y las creencias, que nos compartieron, sembraron un estandarte, que llegamos a considerar como prudente y
lógico; ellos nos enseñaron a abrir la capacidad natural de juzgar los acontecimientos
dentro de un contexto amplio y razonable.
Hoy nos hace falta la lectura profunda sobre los acontecimientos que
nos rodean; las nuevas generaciones juzgan, condenan, reaccionan, sin darse
tiempo para reflexionar, seguimos a quien nos parece el más influenciador o
quien posee más número de seguidores, sin importar que lleva puesta encima una
careta; no miramos más allá de lo invisible; no usamos la razón para tomar nuestras
propias decisiones.
Esta pandemia se ha llevado gente que lo tuvo materialmente
todo en sus vidas; han muerto solos, sin la compañía de sus seres queridos, sin una bendición; eso sí, muy sofocados, buscando algo tan
simple como el aire, sin poder llevarse ninguna de sus pertenencias. El Covid-19, vino a cobrarnos cuentas; y se quedará un buen
tiempo para cambiar este mundo egoísta; quizás pueda bajar nuestra cerviz terca
y dura; quizás pueda secarnos tanto odio, quizás nos acerque más a la unidad,
a creer en las bondades de la Creación y en nuestra verdadera misión en el
planeta tierra.
El dinero no lo es todo: el
pobre y el rico.
Este virus en forma de corona grasienta y peligrosa, nos enseña
también, que nos equivocamos cuando juzgamos, cuando manipulamos las mentes con la ideología de
la lucha de clases; las diferencias existen desde tiempos inmemorables; no somos iguales; tenemos notables diferencias en todo como seres humanos, como hombres y mujeres; SÍ tenemos los mismos derechos, pero también nos debemos un sin número de deberes; tenemos
que medir los esfuerzos de las sociedades disciplinadas y medir nuestra capacidad de
sacrificio; por supuesto que se deben reformar
los sistemas económicos para brindar más oportunidades a quienes no las tienen. No quien tiene más
dinero, es quien nos parece; gente adinerada, proviene del piso, se erigió con sacrificios, trabajó a rayo de sol con sus padres para lograr más bienestar en sus familias;
hicieron esfuerzos sobrehumanos, para generar riqueza, con sacrificio, nobleza
y ética: merecen lo que tienen.
Después de la pandemia, los cerca de 2.200 multimillonarios que tienen más dinero que el 60%
de la población del planeta, pueden hacer la diferencia, al transformar la manera
de emplear su dinero, que merecidamente lograron, o que sin ética cosecharon; el
capital que mueve la economía con justicia, hace crecer el bienestar de la
gente.
Tener dinero no significa que
si no se vive en prosperidad, se vive en la pobreza; hay miserables, que no
son capaces de compartir un gramo de sal, para la sopa de quien le pide, y hay
ricos generosos y nobles. En Colombia hay millones de pobres por no tener nada que comer, pero también hay pobres de profesión, enseñados a pedir; viven sin querer hacer mucho esfuerzo; ni siquiera tienden la cama; le
echan la culpa de su mala suerte e incapacidad a su familia, a las circunstancias, al vecino,
a su tutor; crean una lista interminable de excusas por las que no tienen
éxito. La gente que en el país es exitosa por su encomiable sacrificio, no buscó
el camino más sencillo; se atrevieron a pensar fuera de los convencionalismos; saben
exigirse y exigen a los demás para que sean innovadores.
Los exitosos lideran propositivamente; hay pobres de espíritu, cuyas
familias o los políticos los han condicionado a creer que todo está mal; y que
nada irá bien nunca; la gente agradecida
tiene privilegios y no los dan por hecho; son capaces de generar más
riqueza; los pobres de espíritu, aceptan opiniones como hechos, y no investigan
más allá, una vez obtienen su cómoda respuesta.
Algunas cosas que nos deja el coronavirus: el aire de la ciudades se encuentra más limpio que nunca; pajaritos multicolores nos visitan sin miedo, las abejas encuentran más flores, porque en su camino no las mata el hombre; por causa del Covid-19, nos vemos más cerca;
los animales silvestres se pasean por las periferias de las ciudades, se atreven a saludarnos; a las
aves inmigrantes no les corta su vuelo intercontinental, el tiro del cazador
egoísta; los peces no son sacados del río Magdalena con dinamita; el plástico y
latas de cerveza, no deslucen nuestras playas, el mar es más limpio en las ensenadas y bahías; en sus aguas ahora lucen delfines, ballenas,
tortugas y especies maravillosas de la Creación; por el coronavirus, no hay
tanto ruido ensordecedor e inoportuno: hay más silencio; el hombre ha matado menos, ha robado menos, se ha corrompido menos, ha destruido menos el planeta.
Sin duda, la pandemia está dejando enormes enseñanzas; al final, cuando se vaya, todo debería ser, como cuando termina de llover; imagino como si volviéramos a nacer; pero se necesita
de valentía para transformarnos sin hacernos más daño; es mejor reconstruir el
futuro, con más amor y más compromiso.
Escrito en Chía a los 06 días del mes de Abril de 2020, siendo las 13:14 horas
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