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Vitamina espiritual.


He conocido a través de mi esposa durante mis últimos años de vida militar a varios sacerdotes, empeñados en expandir el evangelio con absoluta fe y bondad; sin ellos, sin los sólidos principios que aprendí en casa y que mis superiores me refrescaron durante varias etapas de mi vida castrense con necesaria rigurosidad, hubiera sido imposible corregir mi rumbo en momentos de vacilación y angustia; sin seguir los pasos de mis maestros, sin escuchar sus consejos perfumados de Evangelio, hubiera sido imposible alcanzar metas en mi vida.
Capilla Santa Ana, Centro Chía

Por eso siempre les daré gracias y les profesaré gratitud eterna. 
Nada mejor que las enseñanzas que nos legaron nuestras abuelas y madres; ellas nos bendijeron y nos enseñaron a bendecir; a ir de la mano de Dios. Y en ese caminar entre jefes, superiores y compañeros, mi esposa de  nuevo, me guió hacia el padre Luis Guillermo, quien esta mañana muy temprano con su profunda voz, nos alentaba a entrar en acción; a no seguir tan cruzados de brazos...; nos enseñaba el padre:  

El Evangelio de hoy viernes 10 de julio, nos hace comprender, que en las pruebas aceptadas a causas de la fe, la violencia será derrotada por el amor, la muerte por la vida: es decir, testimoniar a Jesús en la humildad y en el servicio silencioso, es garantía de la victoria del mismo Jesús.

El cristianismo debe tener algo tan único que es la única religión perseguida. Quizás, porque es la única religión que estorba, incomoda, y preocupa. ¿Alguien persigue al budismo, o al islamismo?, ¿o al hinduismo?, ¿será que el cristianismo tiene algo de peligroso que preocupa al mundo?; tiene que haber algo tan especial en Jesús, para perseguirlo hasta crucificarlo; algo tiene que haber en el evangelio, algo que cree problemas, que sea causa de persecución.

Nadie persigue a los paganos, por ser paganos, ni a los incrédulos por serlo; ni a los gnósticos, ni a los ateos por ser ateos; creer en Jesús es comprarse la persecución; y como lo muestra la historia con el nombre de cristianos muchos se compraron el carné de mártires.

Jesús habló claro: “-les envío como ovejas entre lobos; os entregarán a los tribunales; os azotarán en las sinagogas; os harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa-”; sencillamente seguir a Jesús, crea problema a los demás; es un riesgo para el mundo; y Jesús más que obligarnos lo advierte antes de tomar una decisión: no  obliga, invita. Dice: el que quiera seguirme…; Jesús sí que sabe lo que significa la misión, Él fue el primero en ser rechazado, Él fue el primero en ser juzgado, sentenciado y crucificado.

Hay algo en la fe de Jesús, en su padre Dios, que la hace diferente al resto, lo mismo en su evangelio, en el seguimiento y en su iglesia; la gran diferencia implica en, vivir como sencillas ovejas. Ovejas entre lobos, en vivir como creyentes que incomodan, a quienes no creen; en vivir como creyentes que causan preocupaciones; entonces, ser cristianos, nos obliga a cambiar, a ser diferentes, y a poner en juego el resto de estilos de fe o incredulidad.

El cristiano, no puede ser aquel que vive como el resto; se tiene que distinguir con el aroma de Dios; y con la huella de la cruz; es aquél que siempre estará orgulloso de serlo, por más que el precio sea caro.

¿Acaso lo más interesante y lo más atractivo del cristiano, no será el Jesús crucificado?; ahí en la cruz se ve la prueba máxima del amor perfecto de Dios; ese amor que atrae todos los corazones a las entrañas de Dios Padre; ¡eso distingue al cristiano!.

Amadas familias: sintámonos orgullosos y orgullosas de llevar tal dignidad de ser cristianos; y huyamos a todo lo indigno, que quiere alejarnos de Dios….”. Que Dios y María Santísima los Bendiga: en el nombre del Padre y del hijo y del Espíritu Santo, Amén. 
Si todos fuéramos ovejas mansas, no existirían lobos...

Esas bellas palabras del padre Luis Guillermo, nos inspiran para aumentar nuestra fe, para crecer en La Esperanza de un mejor mañana; para creer en lo que somos y podemos ser. Nuestro país atraviesa momentos llenos de tormentas; en todas las capas de nuestra sociedad se derrumban vidas: unámonos en estos momentos de tanta dificultad; volvamos a encontrar lo esencial, rescatemos el valor de nuestras vidas.

Los valores cristianos nos ayudan a crecer: “No viváis asilados, cerrados en vosotros mismos, como si estuvieseis ya justificados sino reunidos para buscar juntos lo que constituye el interés común”.[1]

Lo expresado por el apóstol Bernabé, es disciplina pura: ¡cómo nos cuesta ser disciplinados!; ¡cómo nos cuesta trabajar en equipo, buscar el bien común!; ¡cómo nos cuesta pasar de la filosofía a la acción!

La dignidad de una persona es inspiración….
S. Juan Pablo II, nos enseñó que sobre el valor intrínseco e incondicional de cada persona: “A causa de su dignidad personal, el ser humano es siempre un valor en sí mismo y por sí mismo y como tal exige ser considerado y tratado. Y al contrario, jamás puede ser tratado y considerado como un objeto utilizable, un instrumento, una cosa”[2].

En el valor incondicional de la persona humana infieren valores fundamentales, cuya vivencia es necesaria, para el establecimiento de un recto orden social.[3], entre los que se destacan:

La verdad: la esencia de la comunicación interpersonal y social. La mentira rompe la confianza y el espíritu de cooperación. La convivencia de una sociedad como la nuestra, sólo se puede juzgar como ordenada, fructífera y coherente con la dignidad humana, si se fundamenta en la verdad.

La libertad: don de Dios que la persona necesita  para su desarrollo humano y para corresponder a la gracia de Dios. Una sociedad que no respete la libertad no respeta tampoco la dignidad de la persona.

La justicia: que lleva a dar a cada uno lo que le corresponde; que exige respetar los derechos ajenos. Un orden social justo ha de respetar, en primer lugar, los derechos de la persona, sin que falte a su responsabilidad de cumplir con sus deberes.

La Paz: entendida como “tranquilidad del orden”, según una celebrada expresión de S. Agustín: la paz es exigida por respeto a la vida humana y su desarrollo[4]. Exige una convivencia estable y segura dentro de un orden justo. La paz es obra de la justicia[5] y efecto de la caridad[6].

La fraternidad o amor fraterno: que presupone la justicia pero que va más allá  del estricto respeto a los derechos ajenos. Lleva a ver a los prójimos, como a nuestros hermanos y a vivir unidos a ellos por el amor. La fraternidad humana adquiere su fundamentación desde la fe. Saber que Dios es nuestro Padre común asegura la fraternidad universal; y el seguimiento a Cristo, lleva a vivir la caridad con todos, también en la convivencia social, de acuerdo con el mandato de Dios: “que os améis unos a otros; como yo os he amado”[7]; la fraternidad es el pilar de los anteriores valores.

Todos estos valores manifiestan “la prioridad de la ética sobre la técnica, el primado de la persona sobre las cosas y la superioridad del espíritu, sobre cualquier cosa”[8].

Vivirlos, profesarlos intensamente, es el camino para el perfeccionamiento personal; la mayor inspiración para lograr el auténtico humanismo, la convivencia social pacífica en Colombia, libre de todo tipo de egoísmos.

Gracias a los sacerdotes que he conocido, su vitamina espiritual, anima a enfrentar el desafío que pone nuevo rumbo a nuestras vidas: la paz, la verdad, la unidad, la justicia, la fraternidad, como valores cristianos, siempre parecerán tareas difíciles y hasta imposibles.  

Todos estamos llamados a realizar el milagro de la fraternidad, ayudándonos a llevar las cargas, viviendo el mandamiento del Amor, que es el vínculo perfecto y el mejor resumen de la ley[9].

Debemos tratarnos sin miedos como verdaderos cristianos; sin valores éticos la vida pierde su buen rumbo, porque se corrompe.

Escrito en Chía, en una radiante tarde el día 10 de julio de 2020, siendo las 16:15 horas...



[1] Epístola de Bernabé, 4,10.
[2] Christifideles Laici 37
[3] Christifideles Laici Juan XXIII 274
[4] Confróntese Catecismo de la Iglesia Católica 1992
[5] Isaías 17.
[6] Confróntese, Concilio Vaticano II.
[7] Juan 13, 34.
[8] Juan Pablo II, 1979.
[9] Beato Josémaría Escrivá, Es Cristo que pasa, Rialp, Madrid 1973, n. 157.

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